Caracolas

El aire me da en la cara, golpea tan fuerte que apenas puedo abrir los ojos. Mi cuerpo se desliza como una hoja a causa del fuerte viento pero nunca se dobla. No me rindo. Sigo caminando pese a la dificultad pero siento que cada vez me pesa más el cuerpo. Los ojos se me van cerrando. Estoy cansada.

Abro los ojos y me encuentro en mitad de un parque escribiendo, tomando notas, observando a la gente que pasa a mi lado. Mis dedos pierden el control y aumenta el ritmo de escritura. Por mi cabeza no paran de agolparse recuerdos, vivencias que indican que un tiempo pasado fue mejor. Personas, lugares, momentos que han pasado por mi vida de manera fugaz. Diapositivas vitales que me producen ternura e incluso una leve sonrisa de añoranza.

De repente, mi vista se clava en ti. Tu cara, tu pelo, el sonido de tu risa y tu mirada pícara te delatan. Vamos andando por la Gran Vía madrileña hablando de libros, de tu libreta secreta donde guardas una información tan valiosa que da miedo leerla. Nos reímos. Hacemos nuestra ruta de cafés y locales con cierto encanto mientras charlamos de nuestra vida. Mientras me cuentas algo que te ha venido a la mente de tu tierra tan bonita y de lo que te gusta hacer por las tierras del norte  te miro fijamente y a medida que vas hablando se te escapa una sonrisilla de las tuyas, de las que enamoran. De un golpe de viento despierto de mi letargo y te pienso, te sueño, te echo de menos. Mucho. Cada día más. Está claro que no te olvidaré nunca pues vienes a mi mente a menudo con cualquier detalle. Las lágrimas recorren mis mejillas sin cesar pero siempre me queda una sonrisa al recordar tan buenos momentos juntos. Los sueños son como son pero la realidad siempre fue mucho mejor para nosotros.